LA PUBLICIDAD. 3 de maig de 1918
Tercera reunión
La tarde del Gran Premio
Nuestro fiel Francisco –nuestro cochero es fiel y se llama Francisco como todos los cocheros de novela aristocrática– estimuló ayer el caballo con más energía que de costumbre y nos hizo llegar al hipódromo cuando iban a dar la salida para la primera carrera. En días ordinarios la carrera de debut se corre casi sin público. Desde luego sin el público que a nosotros nos interesa. Pero ayer las tribunas estaban ya abarrotadas mientras dos solitarios caballos militares se disputaban, con escaso ardimiento, el premio Marsella.
Un día magnífico y un gran éxito de público. Vamos aficionándonos al espectáculo y hasta parece que vamos aficionándonos al juego. En honor a la verdad reconocemos hoy que los book-makers no se desgaritaron en vano y que la taquilla de los boletos de cien pesetas se vio regularmente frecuentada, aunque también es cierto que hubo billete de cien pesetas en el que estaba representada la afición al riesgo de un acaudalado aristócrata y de tres damas del gran mundo. Pero todo es empezar.
“Si las carreras durasen un par de meses acabarían los concurrentes por tutearse”
Entre la primera y segunda carrera el punto estratégico para el observador no es el pesage [acció de pesar els genets], sino el paseo de la tribuna… Por allí desfilan cuantos llegan de la pelouse donde han dejado sus carruajes. Ayer no faltó ni uno de los nombres que han aparecido en estas crónicas. ¿Volveremos a anotarlos? Sería trasladar aquí el principal defecto de la vida social de Barcelona. Se conoce todo el mundo y los que no conocemos a nadie –o, mejor dicho, los que no somos conocidos de nadie– al cabo de unos días de ver las mismas caras tenemos que reprimirnos para no alargar la mano al primero que se nos pone por delante y preguntarle: ¿cómo le va? Si las carreras durasen un par de meses acabarían los concurrentes por tutearse.
Suprimiremos esta vez la lista de nombres. Pero no los suprimiremos en absoluto, porque con ello reduciríamos a nada el interés de esta crónica. Y cometeríamos, además, una serie de incalificables injusticias.
El nombre de la señora Parellada de Ferrer Vidal, por ejemplo, estaba ayer en todos los labios y su toilette [vestuari] era objeto de todas las admiraciones –y no pocas envidias. Ya es sabido que una dama elegante puede elevar la necesaria práctica de vestirse a la dignidad de un arte, pero los grandes artistas del bien vestir son tan excepcionalmente raros como los grandes escultores. La toilette “Gran Premio” de la señora Parellada de Ferrer y Vidal, armonización perfecta de los dos colores que París ha puesto de moda este año –azul lapislázuli y beige– era, principalmente por la originalidad del corte del “manteau”, una indudable creación personal de gran artista.
La nota beige y azul –finísima era la toilette de este último color que lucía la señora Bures de Juncadella– pudo verse en el atavío, a veces en un detalle insignificante, pero significativo siempre, de muchas de nuestras elegantes. Un grupo de ellas, sin embargo, grupo que no podía pasar desapercibido, tuvo la coquetería de substraerse colectivamente a las indicaciones de París. Las toilettes de las señoras Pallejá de Balaguer, Boada de Fabra, Planás de Garriga y marquesa de Villanueva eran negran de liberty o de charmeuse con adornos blancos o grises. Negro también, el “manteau” de la señorita Isabel Llorach, abierto gallardamente para mostrar un riquísimo “fourreau” de encaje blanco.
“Nuestra estupefacción subió de punto al ver ayer la valiosa sombrilla, que nos pareció una pagoda india”
Una elegantísima chaqueta de “tissu métalique argenté”, detalle brillante de la impecable toilette de la señora Moraleda de Arnús, llegó casi a eclipsar con sus reflejos la reluciente sombrilla de oro que tanto nos intrigo el jueves pasado.
Nuestra estupefacción subió de punto al ver ayer la valiosa sombrilla que, más que una cúpula bizantina, nos pareció una pagoda india, en tres manos distintas. Distintas entre sí y distintas de las del otro día. Empezábamos a creer si sería quizás la sombrilla de oro propiedad de la Sociedad de Carreras de Caballos, cuando a la salida la vimos en manos de la distinguida señora viuda de Marfá, su legítima y gentil propietaria, a quien muy sinceramente felicitamos.
Felicitamos, también, al señor barón de Segur que, después del barón de Güell y del marqués de Villanueva, ha combinado con feliz éxito el trajee de americana y la chistera. El excelentísimo marqués de Santa Isabel, en cambio, tomó sobre sus hombros la comprometida tarea de rehabilitar a la desprestigiada y anacrónica “jaquette” de color. Grande es la autoridad del marqués de Santa Isabel, pero el descrédito de la “jaquette” de color es todavía mayor y su resurrección nos parece una empresa superior a la fuerza humana. Ha de ser, en todo caso, obra del tiempo.
- ¿Y nos vamos a quedar sin ministro? –le pregunta una dama a su marido, diputado a Cortes.
Después de un debut con el señor Cambó –casi nada– y de una segunda reunión con el señor Rodés, la ausencia de la nota ministerial el día del Gran Premio, precisamente, resultaba inexplicable. A falta de un ministro, el Comisario de Abastecimientos, señor Ventosa, hubiera sido un admirable sustituto, aceptado y apreciado por todos. Pero sabiendo que el señor Ventosa tampoco iba a venir, ¿no hubiera podido la Junta directiva de la Sociedad de Carreras de Caballos hacer un llamamiento al patriotismo del conde de Caralt?
“El renacimiento integral de Cataluña se ha hecho un poco al margen del Fomento de la Cría caballar”
No se concibe un Gran Premio sin la presencia de una personalidad oficial de primera fila. En realidad, esa personalidad no faltaba, pues a las carreras asistía el presidente de la Mancomunidad, señor Puig y Cadafalch. Pero ninguna solemnidad se dio a su presencia, porque el renacimiento integral de Cataluña se ha hecho un poco al margen del Fomento de la Cría caballar. Un premio de la Mancomunidad completaría en este aspecto el renacimiento catalán.
Cuando los caballos que han de correr el Gran Premio se dirigen a la pista, el público del pesage se agolpa a su paso. Junto a una de las finas bestias está el barón de Güell.
– Santiago, ¿son tus colores? –le preguntan.
– Sí, es Brunor.
Miramos al jockey [genet] y comprendemos la pregunta. Ha de ser verdaderamente difícil, incluso para los familiares del barón, retener en la memoria la combinación arlequinesca de su divisa. No es más que ésta: amarilla, mangas azules, puños encarnados, gorra azul, vivo amarillo.
Y no podemos per menos de barruntar que el exceso de colores perjudica el éxito de una cuadra. Los caballos del marqués de Villamejor, con su divisa azul y nada más que azul, se llevan los premios con una facilidad encantadora.
La “performance” de Ukko, uno de los pupilos de la cuadra Villamejor, poniéndose a la cabecera del pelotón a la salida y llegando el primero a la meta, sin haber perdido ni un instante el primer puesto, dio a la carrera del Gran Premio un […] interés dramático. El entusiasmo fue momentáneamente grande porque eran muchos los que ganaban. Ukko era el favorito. Pero no tardo en venir la hora del desencanto. Las apuestas mutuas daban una prima irrisoria.
Hubo lamentaciones distinguidas. A una dama de la nobleza le oímos exclamar:
– ¿Tendré yo poca suerte? Una vez que gano me dan dos cochinos reales.
El calificativo nos pareció un poco excesivo. Nos vimos obligados a suponer que la aristocrática dama había cobrado los dos reales en calderilla.
Douglas Flint.
Una tria d’Anna Ballbona (@Aballbona)