(LA PUBLICIDAD. Domingo 14 de octubre de 1917)
La elegancia y la moda
La moda y la guerra: La elegancia y la aliadofilia
(Conversación con la srta. Llorach)
Ha cambiado la estación. Yo me di cuenta de este hecho por dos razones: un agradable descenso en la temperatura y una breve conversación con mi director:
– Hemos entrado de lleno en el otoño.
– En efecto, así parece.
– Eso quiere decir que el invierno se aproxima.
– Eso quiere decir, además, que en estos momentos el todo Barcelona elegante –porque hay también un todo Barcelona elegante– se afana discretamente en arrancar de la actividad de las modistas y modistos las formas depuradas de la moda de invierno.
– Claro, claro.
– De modo que ya sabe usted. Sobre estas cosas hay que hacer una información.
– ¿Decía usted que una información?
– Ni más ni menos. Una información. ¡Una información! Una información sobre la moda y la elegancia. Y después de todo ¿por qué no? Se hacen informaciones sobre cosas mucho menos interesantes, mucho más triviales. Manos a la obra.
Se trata de una empresa poco común. Una información sobre la elegancia no puede hacerse sin la condescendencia de una elegante que quiera someterse a una interviú. Es necesario, pues, conseguir la interviú. Si es preciso hay que idear un plan intencionado y sutil para conseguirla.
¿Un plan? La mayoría de las veces un plan se reduce a un amigo. Nada hay de imposible para el periodista si encuentra el amigo apropiado. Esta vez –ocurre así la mayoría de las veces– el amigo no tardó en presentarse. Vino hacia mi inocente y confiado:
– Estamos ya en pleno otoño.
– Es verdad, en pleno otoño. Y a propósito. Usted conoce a la señorita Isabel Llorach.
– Sí, señor.
– Pues necesito que me presente usted a ella.
– No veo inconveniente. ¿Puedo saber…?
– Desde luego. Es para celebrar una interviú sobre la moda y la elegancia y publicarla en LA PUBLICIDAD.
– No conseguirá usted nada.
– Yo no conseguiría nada, lo supongo. Por esto le pido a usted que interceda. Cuento con usted.
A los cuatro días el amigo providencial había triunfado:
– La señorita Llorach le espera a usted mañana a las cuatro.
La elegancia y el triunfo de los aliados: La moda y la germanofilia
En el hotel de la calle de Muntaner. La señorita Isabel Llorach, elegante entre las elegantes del “todo Barcelona elegante”, me recibe en un salón vasto y lleno de luz. Sabe a lo qué voy y, sin preámbulos, dice:
– Mucho me temo que haya venido usted demasiado temprano. ¿Las modas que regirán durante el próximo invierno? No lo sé todavía. No lo sabré hasta dentro de una semana. Esta tarde, precisamente, veré los primeros modelos de sombreros. Georgette, la gran modista de París, tiene ahora en Barcelona su representante…
La señorita Llorach, como cuadra a una aristócrata de Cataluña, habla el catalán sin el más leve acento extranjero.
– Yo no he de volver a molestarla a usted dentro de una semana. Si no sabe usted a punto fijo qué formas revestirá la moda este invierno, dígame usted por lo menos cuáles son sus opiniones subjetivas sobre tan delicada y trascendental materia, o, en último término, cuáles son sus deseos.
– En cuanto a deseos éste: que triunfen pronto y plenamente los aliados.
Aliadófilo soy. Sin embargo, no esperaba en aquel momento una tan rotunda profesión de fe. Yo no había sabido descubrir (y de ello, con sincera contrición, me acuso) el aspecto más amable de la causa aliada. La señorita Llorach continuó:
– El triunfo de los aliados es el triunfo de Francia y el triunfo de Francia representa la elegancia triunfante. Tan sólo después de la derrota de Alemania recobrará la moda su esplendor y la mujer de mundo podrá dedicarse en plena libertad al culto de la elegancia.
La idea no puede ser más clara. ¿Qué dirán de ella las elegantes germanófilas? Pero ya se esclarecerá este punto más adelante. La señorita Llorach habla ahora de las probables tendencias de la moda en el próximo invierno:
– Las faldas continuarán siendo cortas y, en general, se empleará poca tela en la confección de los vestidos. Es una cuestión de patriotismo. Nada más curioso que las relaciones entre la moda y el interés nacional. Usted recordará que hace algunos años, siete u ocho, la moda, por puro capricho, redujo la cantidad de tela al estricto mínimo. De ello las fábricas de lanerías y señerías y, por consiguiente, para los obreros que en estas fábricas trabajaban. Los fabricantes franceses hicieron una campaña y los dictadores de la moda se dignaron prestarles oídos. Cuando la guerra estalló íbamos a grandes pasos hacia el extremo contrario. Cada día se hacía de las telas un uso más liberal. Pero con la guerra las cosas han cambiado. Las primeras materias escasean. Los obreros hacen falta en las trincheras y en las fábricas de municiones. Hay que volver a limitar de nuevo el empleo de la tele, esta vez por interés patriótico.
Y esta tendencia a armonizar la elegancia con la economía patriótica se nota en otros mil detalles. Para el adorno, por ejemplo, se aprovecha todo: retazos, pasamanerías y encajes ya usados, verdaderos anacronismos por el estilo o el color. Se llega a la paradoja de que la moda consiste en saber sacar partido de las cosas pasadas de moda.
Las preferencias personales
Un salto en la conversación para pasar de lo general a lo particular, de las opiniones objetivas a las preferencias personales.
– El tipo ideal de vestido femenino es, para mí, aquel que con más inteligencia y mejor gusto siga y se adapte a las líneas del cuerpo. Este año, probablemente, las faldas serán de poco vuelo y tenderán a adoptar la forma “tonneau”. La moda y yo estaremos en desacuerdo.
– Pero usted deberá someterse…
– No, señor. La mujer que tiene de la elegancia un sentido vivo, no se somete jamás a la moda. Acepta sus indicaciones principales, sigue atentamente las grandes líneas de su evolución y cuando llega un momento de conflicto entre la ley de la moda y el carácter de su elegancia personal sabe encontrarla manera de evadir con habilidad la ley sin faltar abiertamente a su cumplimiento. Un ejemplo. Mis colores preferidos son el negro y el blanco. Son colores que la moda tornadiza adopta y rechaza alternativamente. Son, además, los colores de medio luto. Pero yo jamás los he sacrificado. Creo en la elegancia perenne del blanco y el negro. Y para quitarles la apariencia de luto me basta un brillante, un adorno en el sombrero, un par de guantes, cualquier detalle secundario.
Otro ejemplo. Gozan ahora de gran favor las joyas de madera con piedras de raros coloridos incrustadas. A mí esta moda me parece barroca; por lo tanto, poco elegante, y me limito a llevar una simple sortija de ébano. La llevo porque nosotras no podemos nunca desentendernos por completo de una moda nueva. Una moda nueva representa un esfuerzo de los artistas y artífices, y también de los obreros y obreras que para nosotras trabajan. Cuidar de que este esfuerzo se vea siempre, en mayor o menor escala remunerado, es una responsabilidad social que nos incumbe. Pero la moda de las joyas de madera con piedras multicolores pasará. En cambio, no se marchitará jamás el prestigio de mis piedras predilectas, las perlas, que son, a mi entender, el “blanco y negro” de las joyas femeninas.
Ideas sobre esto y aquello.
El reloj soberano
Un viaje rápido en el diálogo y henos aquí de nuevo en el campo de las ideas generales:
– ¿Los sombreros? Le repito que no sé nada de cierto. Pero serán, al parecer, pequeños, con tejidos recamados de oro fino y otros adornos antiguos. Nada de plumas ni “aigrettes”.
– Y ahora permítame que solicite su parecer sobre un aspecto de estas cuestiones que me parece de suma importancia. Me refiero a lo que podríamos llamar democratización de la moda y popularización discreta de la elegancia. Usted sabe lo que ocurre en París. Allí como en todas partes las elegantes integrales –si así puede decirse– forman un reducido núcleo de selección. Pero la masa ciudadana toda, desde las clases medias elevadas hasta el mismo pueblo, tiene, innegablemente un gusto certero para adaptarse a las modas con distinción. Mi pregunta es esta: ¿Ocurre en Barcelona algo semejante?
– Durante los últimos años se ha realizado en este sentido un progreso evidente. Pero queda todavía mucho por hacer. En general las gentes no se dan cuenta de que la elegancia es, primordialmente, una cuestión de armonía. Y esto es causa de lamentables equivocaciones. Es todavía una cosa corriente en Barcelona el ver una señora en pleno día con joyas brillantes que sólo debieran llevarse de noche o verla en coche con un traje de calle o viceversa (…).
Llevar trajes de tarde por la mañana y trajes de mañana por la tarde es un desliz -imperdonable– que cada día cometen centenares de pretendidas elegantes. La lista no tendría fin.
La mayoría de las faltas de lesa elegancia provienen de un olvido: el olvido del reloj. Una elegante debe tener siempre un reloj al alcance de los ojos. Y antes de formularse la pregunta: ¿qué voy a ponerme? Deberá preguntarse siempre ¿qué hora es? Pero no crea usted por eso que con la compra de un reloj se salva el abismo que separa la cursilería de la elegancia. La elegancia es una cuestión de ser sin querer ser. La cursilería consiste en querer ser y no ser.
Definiciones justísimas.
La germanofilia y la elegancia: una cuestión de incompatibilidad.
– En elegancias femeninas el imperio de Francia es absoluto, indiscutible. De Inglaterra debemos admirar el gusto innato de las aristócratas inglesas por la vida al aire libre y los ejercicios físicos, y yo, por mi parte, no dejo pasar un día sin montar a caballo. De Alemania la mujer elegante nada puede aprovechar. Ni de Austria. Viena había tenido antes de la guerra la veleidad de querer corregir las modas de París, pero los esfuerzos de los modistos vieneses fueron otros tantos fracasos. La elegancia vienesa es una elegancia de opereta y los alemanes, en general, son los polichinelas de la elegancia… El triunfo de Alemania sería la muerte de la elegancia, el achabacanamiento de la moda.
– ¿Entonces usted no concibe una mujer elegante y germanófila?
– Resueltamente, no. Son términos incompatibles. No puede haber elegantes germanófilas. Si las hay es porque no se han tomado la molestia de pensar un momento en la contradicción que esto representa…
Nos despedimos de la señorita Llorach agradeciéndole infinitamente el sacrificio de media hora de su tiempo y de su ingenio que había querido hacer a favor de LA PUBLICIDAD. Mi director me pidió una información sobre la moda y yo le doy una interpretación aliadófila de la elegancia. Un millón de gracias.
Y ya lo saben, pues, nuestras lectoras. Lo dice una de las elegantes entre las elegantes del “todo Barcelona elegante”. La moda durante el próximo invierno será…aliadófila.
Douglas Flint.
Una tria d’Anna Ballbona (@Aballbona)